Saber perdonar
En el centro y eje de toda discusión o pelea hay un punto en que, si se pudiera “perdonar”, el conflicto podría desaparecer por completo. Sabemos que las discusiones y los entredichos son el mejor combustible para el lashón hará.
¿Cuál es “ese punto” con el que lograríamos apagar el fuego destructor de cualquier pelea?
La respuesta es: “Saber perdonar con humildad y resignación”.
Perdonar es la palabra mágica. El Gaón Rab Menajem Man Shaj dijo a uno de sus parientes, quienes eran testigos de una fuerte discusión entre dos personas importantes: “¡Qué lástima! Estas personas no conocen la dulzura del perdón”.
En otra oportunidad dijo a un discípulo: “Toda mi vida he perdonado y te aseguro que nunca salí perdiendo”.
Para ilustrar cómo logró aprender esa tan simple, pero efectiva regla, contó lo que, en una oportunidad, en su juventud, le ocurrió antes de su casamiento.
Había sido invitado a comer en la casa del Saba de Slabodka para la cena de Shabat. Después de la cena, la Rabanit (esposa del Rab) sirvió jalea de postre. El joven la probó y desistió de comerla, ya que estaba tan amarga que era casi imposible hacerlo. El Saba de Slabodka le preguntó:
—¿Por qué no comes el postre?
El joven, por vergüenza, no respondió.
Entonces el Rab, con cara de comprender lo que pasaba, le dijo:
—Déjala. Yo como mi postre y luego el tuyo. Pero quiero que sepas que llevo comiendo esta jalea, que tú consideras amarga, más de cuarenta años y nunca me quejé. Ahora que estás por casarte, debes aprender que la base de la armonía en el matrimonio es saber dejar pasar y perdonar al cónyuge.
Esa conducta fue la que adoptó Rab Shaj durante toda su vida.
En una oportunidad, su esposa, ya de avanzada edad, estaba internada y contó a un familiar que había ido a visitarla que, cuando eran novios, ella y Rab Shaj habían hecho un acuerdo: ante cualquier diferencia de idea u opinión, alguno de los dos debería ceder para, de esta forma, cuidar la unión y armonía de la familia. El acuerdo fue que se turnarían una vez cada uno. Ella con emoción dijo:
—Te digo la verdad: nunca llegó mi turno.
Siempre fue él quien cedió.